
La dualidad de lo masculino y lo femenino: baile interrumpido
Cuando lo masculino y lo femenino que hay en nosotras ya no se hablan
Dentro de cada una de nosotras hay un baile, un movimiento sutil entre dos fuerzas: lo masculino y lo femenino interior.
Uno aporta estructura, acción y dirección; el otro, sensibilidad, intuición y creatividad.
Cuando están en sintonía, la vida fluye como un río claro, sabemos cuándo escuchar y cuándo actuar, cuándo sentir y cuándo decidir.
Pero a veces este baile se detiene… lo masculino y lo femenino dejan de hablarse y se produce un silencioso pero profundo divorcio interior.
Una historia íntima y colectiva
Carl Gustav Jung llamó a estas dos fuerzas Animus (masculino) y Anima (femenino). No son roles sociales, sino dimensiones interiores, arquetipos presentes en todos y cada una de nosotras.
El Anima, el principio femenino: sensibilidad, imaginación, intuición, conexión con el corazón.
El Animus, el principio masculino: lógica, afirmación, fuerza de acción, dirección.
El Animus y el Anima no nacen de golpe; se construyen poco a poco, como dos voces interiores que aprenden a hablar a través de nuestra familia, nuestras experiencias e incluso a través de los sueños de la humanidad en su conjunto.
Como siempre, todo empieza en la primera infancia. Entre los cero y los siete años, los niños viven en un mundo en el que las emociones y acciones de los adultos son verdades absolutas: lo que ven y sienten lo absorben como una esponja. Si estos modelos están heridos, un padre ausente, una madre agotada, atrapados en sus propios conflictos, el niño interioriza polaridades frágiles o extremas. Más tarde, se convertirán en las voces interiores de la crítica, el control o la impotencia.

La adolescencia, la búsqueda de una misma
Durante la adolescencia, esta construcción interna se refina. Es el momento en que abandonamos gradualmente el capullo familiar para codearnos con el mundo. Las amistades, los primeros amores y los modelos culturales remodelan el Animus y el Anima. Rechazamos ciertos rasgos paternos que no queremos reproducir e idealizamos otras imágenes de lo masculino o lo femenino, entonces nos decepcionamos, nos ajustamos, buscamos un equilibrio, nos buscamos a nosotras mismas. Suele ser a esta edad cuando el inconsciente colectivo empieza a influir más en nuestro paisaje interior: los mitos, las películas, las historias de amor, los héroes y diosas de las historias modernas y antiguas colorean nuestros sueños e ideales y nos van moldeando poco a poco. El inconsciente colectivo es como una memoria universal que transporta las grandes figuras de lo masculino y lo femenino:
El héroe, el guerrero, el sabio para el varón.
La madre, la musa, la sanadora, la diosa de lo femenino.
Estas imágenes alimentan nuestros sueños, nuestras fantasías, nuestros ideales… pero también son portadoras de excesos y sombras: el masculino tiránico, el femenino manipulador y devorador, la víctima, el dominador, por citar sólo algunos ejemplos.
La edad adulta, cuando se revelan las heridas de lo masculino y lo femenino
Luego llega la edad adulta… Creemos que hemos encontrado nuestra identidad, pero a menudo es entonces cuando se revelan las heridas de nuestro masculino y femenino interior :
En las relaciones, el trabajo, la paternidad o las crisis personales.
En nuestras reacciones desproporcionadas, nuestros bloqueos, nuestros arrebatos de amor o de ira.
«Hasta que no hagas consciente lo inconsciente, dirigirá tu vida y lo llamarás destino». – Carl Gustav Jung
El Animus y el Anima nos hablan entonces a través de nuestros éxitos y fracasos, y a menudo es en este momento cuando nos damos cuenta de que no son sólo «partes de nosotras», sino también legados colectivos y transgeneracionales.
Comprenderlas es ver que no estamos solas: dentro de nosotras viven historias que son mucho más grandes que nosotras mismas.

Nuestras raíces, nuestros antepasados
Este divorcio interior no sólo nace de nuestras experiencias personales y relacionales, sino que lleva el recuerdo de lo que nos precedió. Nuestras voces interiores no son sólo un reflejo de nuestra infancia; también llevan ecos de generaciones anteriores y de sus destinos: las guerras, los secretos, los silencios, los duelos, los divorcios y los roles fijos que han atravesado nuestros linajes.
Lo que Jung llamaba el inconsciente colectivo se encuentra aquí con lo que las constelaciones familiares llaman el campo familiar : una memoria invisible que vincula a cada miembro de una familia con los que le precedieron, donde todo y todos están relacionados.
«Lo esencial es invisible a los ojos». – Antoine de Saint-Exupéry
El pensamiento sistémico nos enseña que no vivimos fuera de nuestros sistemas familiares, sino en constante interacción con ellos. Todo lo que experimentamos deja huellas invisibles, a veces en forma de lealtades inconscientes:
«Si mi madre lo ha llevado todo ella sola, ¿tengo derecho a descansar o a recibir?»
«Si mi padre ha sido humillado, ¿puedo realmente ocupar mi lugar en el mundo?«
Estas lealtades silenciosas forman a menudo el suelo sobre el que crece un masculino herido o un femenino agotado , vinculados a la memoria familiar que llevamos dentro. Las constelaciones familiares, popularizadas por Bert Hellinger, demuestran que los desequilibrios en una familia se transmiten mientras no se vean y honren.
- Un masculino ausente en una generación puede crear hombres indecisos en la siguiente, o mujeres que se encargan de todo.
- Un femenino aplastado por las normas patriarcales puede producir, dos generaciones después, mujeres aisladas de sus sentidos, que buscan sobrevivir mediante el control.
No se trata de algo inevitable, sino de lealtades inconscientes que podemos identificar para resignificarlas, poniendo orden en el sistema y en nosotras mismas con respeto y conciencia.
Estos legados no deben borrarse ni ignorarse, sino honrarse e incluirse. A menudo es en este reconocimiento, a través de la terapia sistémica, las constelaciones y los rituales simbólicos, cuando el baile entre lo masculino y lo femenino puede por fin reanudarse, no sólo para nosotras, sino para todas las generaciones que nos precedieron y las que nos seguirán.

De las raíces a la vida cotidiana
Reconocer la influencia de nuestras raíces no significa permanecer prisioneras del pasado. Al contrario, significa ver claramente que lo que ocurrió ayer sigue respirando dentro de nosotras. La ira reprimida, los papeles fijos, las ausencias o los sacrificios de ayer se convierten en las voces interiores de hoy… el masculino interior que duda en actuar, que critica en lugar de guiar… el femenino interior que desconfía, que lo controla todo en lugar de confiar.
Lo que no se ha visto necesita repetirse en nuestras parejas, en nuestras familias, en el trabajo, a veces incluso en nuestros cuerpos.
El presente lleva entonces el recuerdo del pasado hasta que nos atrevemos a verlo, para que a su vez ya no podamos transmitirlo.
Cuando el masculino y el femenino heridos toman el control, la pareja se convierte en el teatro del conflicto interior de cada uno. Si el masculino herido domina, impone el control, la rigidez y la crítica, y la relación pierde su ternura, creatividad y espacio para la emoción.
Si el femenino herido domina, se vuelve desconfiado, hipercontrolador o, por el contrario, sumiso, buscando la seguridad a toda costa, y la relación se empantana en la dependencia emocional o la manipulación.
No importa de qué sexo sean los miembros de la pareja, cuando estas polaridades internas están desequilibradas, la pareja refleja este caos, este divorcio interior. Dejamos de escucharnos, reaccionamos en vez de hablar, luchamos por tener razón en vez de por entendernos.
El peso de las heridas heredadas
Cuando los niños crecen en un hogar donde las partes heridas de la familia son las que mandan, suelen heredar estos desequilibrios:
- Ven roles rígidos: un progenitor controlándolo todo, el otro haciéndose a un lado.
- Integran creencias limitadoras: «Amar es sacrificarse» o «Expresar las propias emociones es peligroso».
- A veces se convierten en mediadores entre la pareja o apoyan a uno de los progenitores (el que se percibe como más débil) llevando una carga emocional que no le pertenece.
Los niños no sólo imitan comportamientos, sino que absorben lo no dicho, las tensiones, los miedos y los arquetipos distorsionados y desnaturalizados del Animus y el Anima.
Más tarde, reproducirán estas dinámicas en sus relaciones adultas hasta que tomen conciencia de ellas y decidan romper el ciclo.
Carga mental: el síntoma moderno
Hoy en día se habla mucho de la carga mental: la carga invisible que soportan principalmente las mujeres, que gestionan el hogar, el trabajo y las emociones de los demás, olvidando las suyas propias.
Pero tras la carga mental se esconde este divorcio interior:
- Lo femenino, agotado, ya no sabe soltar ni recibir.
- Lo masculino, herido, ya no puede establecer límites claros ni proporcionar un apoyo equilibrado.
No es sólo una cuestión de pareja o de sociedad, sino también una historia íntima: el interior de muchas mujeres y hombres:
Lo femenino está cansado de cargar solo con lo que lo masculino ya no soporta.
Sanar este divorcio interior significa volver a aprender a escuchar cada una de nuestras fuerzas, volver a dar espacio a lo femenino para reconectar con nuestras emociones, intuición, cuerpo y creatividad. Restablecer lo masculino en nuestro interior, estableciendo límites sanos, actuando con claridad, protegiendo en lugar de dominando.
Lo masculino y lo femenino en equilibrio: volver a hacer posible el baile
Reconciliar lo masculino y lo femenino en nuestro interior significa ir más allá de la carga mental, más allá de las heridas heredadas, pasar de la confrontación a la colaboración, de la separación a la alianza sagrada , y comprender que la solución a nuestros conflictos externos está en nuestro interior. Y tal vez éste sea el verdadero camino hacia el equilibrio interior: un baile redescubierto entre la acción y la intuición, la estructura y la sensibilidad, la fuerza y la ternura.
Porque mientras permanezcamos sordas a estas fuerzas internas, reproducirán su drama en nuestras relaciones, nuestras amistades, nuestra paternidad, nuestras elecciones profesionales. Pero en cuanto les ofrecemos un espacio para expresarse de otro modo, algo cambia: el baile comienza de nuevo, paso a paso, a veces torpemente, a menudo con gracia.
¿Y si la verdadera transformación empezara aquí?
No en una guerra interna para acallar a uno u otro, sino en una alianza sagrada en la que lo masculino y lo femenino que hay en nosotros dejen de chocar y bailen por fin juntos.
Porque de este encuentro nacen parejas más justas, amistades más verdaderas, una paternidad más ligera y una vida profesional con sentido.
Y quizás reconciliándonos de este modo, estemos también liberando a nuestros hijos, a las generaciones que vendrán después de nosotras y también a los que nos precedieron, para que su baile y su destino hayan permitido que el nuestro sea más ligero, girado hacia la Vida y hacia nuevas posibilidades.

Aspectos prácticos: ¿cómo hacerlo?
1- Escucha antes de actuar: detrás del masculino controlador suele haber miedo a perder. Detrás de lo femenino que se cierra, un miedo a que te vuelvan a hacer daño. Tomarse el tiempo necesario para escuchar estas emociones, en lugar de juzgarlas, es el primer paso hacia la curación.
2- A través del cuerpo: nuestras heridas están enraizadas en nuestras tensiones, nuestro ritmo de vida y nuestra fatiga. Yoga, danza libre, respiración consciente, masaje… El cuerpo se convierte en un puente entre nuestras polaridades interiores.
3- Crea actos simbólicos: enciende una vela para «iluminar» tu interior masculino/femenino y escribe una carta para devolver a tus antepasados sus cargas… El inconsciente habla el lenguaje de los símbolos, y estos sencillos gestos pueden cambiarlo todo.
4- Busca el equilibrio en la vida práctica: un masculino reconciliado se manifiesta en decisiones claras y en la capacidad de actuar sin violencia. Un femenino apaciguado se expresa en la creatividad, la confianza y la capacidad de acoger las emociones sin dejarse abrumar por ellas. Es en nuestras elecciones cotidianas donde arraiga la alianza interior.
5- Aceptar apoyo: constelaciones familiares, terapia, círculos de conversación, etc. La curación a menudo necesita un marco tranquilizador y una presencia afectuosa para producirse.
Un ejercicio para empezar
Coge un cuaderno e imagina tus dos polaridades interiores como dos personajes:
- lo Masculino que hay en ti: cómo está de pie, cuántos años tiene, qué aspecto tiene, cómo se siente…
- lo femenino que hay en ti: su aspecto, sus emociones, sus necesidades, su personalidad
Escribe un diálogo entre ellos:
- ¿De qué se culpan unos a otros?
- ¿Qué quieren realmente?
- ¿Cuál sería el primer paso para hacer las paces?
Luego, para terminar, escribe una frase de reconciliación : un compromiso sencillo y simbólico que marque el inicio de una colaboración interior.
Consigue apoyo si lo necesitas
A veces las heridas son demasiado profundas para explorarlas en solitario. La terapia, las constelaciones familiares, los círculos de conversación o los enfoques psicocorporales ofrecen un marco tranquilizador para avanzar hacia algo mejor, algo más, como decimos en sistémica.
En Potoroze, ofrecemos una serie de paquetes de apoyo personalizados, porque hacer posible el baile, también significa aceptar que la curación rara vez ocurre sola.
Si tienes alguna duda :
Recuerda revisar tu bandeja de Spam y asegúrate de que recibes las novedades Potoroze más top. No olvides añadir nuestro correo a tus direcciones favoritas.